viernes, 23 de agosto de 2013

Desayuno luz

Estoy siguiendo tu terapia.

La de inventarme las horas que me quedan de vida. Y jugar al escondite con los ojos y las manos cerradas. Apretando. Con frágil cuidado. Mientras aprendemos a dejar de sonreír. 

Poco a poco.

A volvernos ásperos. Insípidos e incoloros. Inodoros. Apretando. Poco a poco a beber recuerdos cada noche para que se nos vaya la vida a fumar cigarrillos a oscuras, cada noche, cuando fingimos dormir. Porque es más fácil así. 

Por qué.

La que nunca cae. La perfecta lluvia, por favor. Aparte su vista de este momento de dudas, que se nos va a tirar, de cabeza, detrás de un objetivo.

La fotografía de nuestros órganos vitales.

Cómo he llegado a este oscuro y perverso lugar. Con los ojos cerrados empapados. Lluvia. Ojalá. Ojalá dejara de imaginarme con las venas cortadas en Juliana. Para una sopa. Después de algún tintineo de la medianoche, olvidando. Echar sal a las musas. Echarse de menos cada vez un poco más. Una pizca de sueños furtivos.

La vida.

Hurgando en sus bolsillos, hígado y piel. Como si supiera quién es. Como si importase. Que falte sal a las musas o que caiga en picado desde un séptimo piso. Con ascensor, pero sin vistas a la vida.

La vida.

Con las piernas abiertas y las ventanas abiertas. Empapando las fosas nasales. La mirada. Fija. Sobre la piel que nunca más volvería a sentir. Nunca más volvería a sentir pero eso aún no lo sabía.

Nunca es suficiente.
La vida nunca es suficiente pero acaso algo es.
Capaz de soportar.
Hasta dónde.

Tengo demasiada sed para sentir el viento.

2 comentarios:

  1. Cuidado que si echas mucha sal a las musas igual se quedan estériles.
    Me gusta mucho el texto :)

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